víctor m. alonso

ENSOÑACIONES ~ 07/08/2013 (PARIS Y EL SENA

Nostalgia de París sobrevenida esta tarde de canícula.

Nostalgia de la ciudad que conocí hace años y quedó grabada en un espacio que trasciende aquel donde se almacenan los recuerdos. París es poesía, el reino inabarcable de los sentidos; es un nombre que lleva implícito el sentimiento de la felicidad. El mío es un París forjado de ensueños y nostalgias, momentos lejanos, visiones fugaces o no de hechos puntuales, anécdotas que poco importan a nadie, salvo a mí, fantasías de sus calles, sus olores, el aroma que desprenden sus adoquines, su cielo, las esquinas, su gente. París es también literatura, esos libros que aportaron señas de identidad que se unen a la propia experiencia, a ese ovillo insondable llamado sentimientos. París es música…Es Django Reinhardt y Stephan Grapelli, es el Quintette du Hot Club de France, el sinfín de jazzistas americanos que recalaron en la ciudad en busca del éxito; es George Brassens. París es arte. Paris es La Maga y Oliveira, París es mujeres hermosas. París es imagen, visiones mágicas del joven inquieto que un día fui y de quien ahora soy, que toma conciencia a cada momento del eclosionar de la belleza que llega en cualquiera de sus formas posibles, y que con tanta frecuencia me acercan al París que yo quiero.

Hace un rato leía un texto de Bukowski que dice así:

“No existe algo como la belleza, especialmente en un rostro humano, eso que llamamos fisonomía.
Todo es un imaginado y matemático alineamiento de rasgos. Por ejemplo, si la nariz no sobresale mucho, si los costados están bien, si las orejas no son demasiado grandes, si el cabello no es demasiado largo. Es una mirada generalizadora. La gente piensa que ciertos rostros son hermosos, pero, realmente, no lo son. La verdadera belleza, por supuesto, viene de la personalidad. No tiene nada que ver con la forma de las cejas.”

Algo así ocurre con París, a quien me aproximo como quien mira o recuerda un rostro; París es una mujer, una delicada y maravillosa mujer que me gusta, que me enloquece, a la que quiero. París París París.

Solo he ido una vez, hace años, unos pocos días. Subí al avión con desgana, sin mucho convencimiento, pero la ciudad se ocupó de encantarme. El río Sena me impactó. En mi tierra no hay ríos; pero no fue eso. He visto otros ríos, grandes y pequeños, anchos o estrechos, pero el Sena tiene algo especial. No solo es el río extraordinario; es también la arquitectura urbana que conforma su sustancia tan poética. Son las embarcaciones que lo surcan, la serenidad de una tarde de otoño fría y soleada, en compañía; en buena compañía. Porque a París conviene ir acompañado, o acompañarse si es necesario. Decía que fue en mi recuerdo del río Sena que quedó grabada una tarde de otoño fría y soleada. Los recuerdos son tan importantes, pero lo es aun más el impacto con que estos nos condicionan el espíritu, cómo nos sentimos ante el abordaje subrepticio de la memoria, esa invitada peligrosa que nunca previene de su llegada. Soy un hombre de recuerdo difícil; puedo olvidar fechas, la contabilidad del paso del tiempo, pero lo que de verdad es importante siempre queda grabado a fuego en el alma; y no se puede olvidar. Los detalles, una barcaza que cruza el río, con su porte de lento y pesado animal acuático, la mirada de la mujer que compartía la magia de aquel momento, el resplandor de las estatuas a la vera de los puentes; las estatuas, ya de por sí impactantes, adornado su dorado por los rayos solares de las cinco de la tarde, de un otoño parisino frío y soleado.

(Víctor M. Alonso)

More
articles

© víctor m. alonso | 2021